
Con este título de película jolibudiense os paso a contar una fábula que me ha ocurrido hoy Domingo, concretamente a la hora de los toros.
Resulta que he cogido vacaciones, de ahí que cuente con tiempo suficiente para darles "pa´l" pelo a los peces , y que no haya dudado ni un momento en echarme al mar. No obstante, desde hace un par de días lleva soplando con intensidad un "sur" que, aparte de atontarme y ponerme la cabeza como un balón de Nivea, no me suele seducir en exceso a la hora de salir pescar... pero ocurre que todos los días no tengo el mar a tiro de piedra, y la devoción todo lo puede.
A estas alturas del calendario, lo malo es que la menguante cantidad de luz diaria no nos deja muchas opciones cuando probamos suerte por la tarde. Es más, apenas hayamos encajado la comida en la andorga, o renegamos del sillón o no nos quedará tiempo para pescar. Luego andaremos con el morro torcido y miraremos mal incluso a nuestras muestras, como es el caso.
Habida cuenta del poco tiempo que me quedaba, me puse a dar un paseo por mis cotos más próximos, y, pese a intentarlo con ahínco, no obtuve respuesta alguna al otro lado de la línea, hasta que, tras pegar un lance muuuuyyyyy largo entre dos peñascos, la puntera de la caña me avisó de que "algo" se había interesado por mi baqueteado shore de 14 centímetros. No obstante, el lance comenzó con apenas dadas media docena de vueltas de cobro de línea, lo cual me hizo pensar al principio que había "robado" algún muble....pero cuando el freno se puso a chillar con estruendo y constaté que el inesperado visitante buscaba profundidad con denuedo, entonces surgió la duda. ¿Una lubina tan lejos, y tan en superficie por estas fechas? Raaaaro, raaaaro, raaro....

La verdad es que lo que tenía al otro lado no era moco de pavo: corría que se las pelaba y nada me hacia pensar que precisamente fuera "doña labrax". Pero, ¿que podía ser? Pues hasta que prácticamente no lo tuve a los pies, no pude identificarlo con claridad: un peazo sierrote había engullido medio shore y, a una decena de metros de donde me encontraba, se debatía intensamente tratando de zafarse del émulo de alevín que le había engañado como a un chino, ofreciéndome numerosas demostraciones de fuerza.

Sin embargo, su suerte estaba echada. Sabiendo que tenía bien encajado el engaño y que contaba con la seguridad que ofrece el equipo previsto para encarar el invierno, no tardé en echarlo a tierra firme, para mi aún sorpresa y mayor deleite, pues nunca antes había tenido la oportunidad de combatir una bala de plata de este calibre desde la orilla. Por eso, queridos compañeros, no os dejéis convencer por el siempre traicionero calor que proveé el sillón, que están ahí, esperándonos, y la pereza muere de sed junto al río.

Nos vemos por las piedras.... repartiendo dolor.
Hasta la próxima, paseantes.
Texto y fotos L.Carlos Prieto.