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miércoles, 30 de octubre de 2013

Allende mis cotos..


He de reconocerlo, me estaba acomodando. Sólo pescaba en mis cotos, elegía uno u otro dependiendo de las condiciones, bajaba y obtenía resultados más que aceptables pero estaba descuidando lo que ha sido siempre para mí la pesca: ilusión, esfuerzo, aprendizaje y búsqueda.


De pequeños prestábamos suma atención a las lecciones de pesca que nuestro padre nos instruía, luego yo y mis hermanos corríamos a ponerlas en práctica. Los lorchos en la rampa, los panchitos en la boya, los serranes en la roca, las fanecas a fondo, doncellas con quisquilla, las caballas con cualquier cosa, los calamares a la vela, abadejos y lubinas a curricán y un largo etcétera que como denominador común tenían que lo hacíamos a nuestra manera y en nuestras propias marcas.


Era hora de volver a los orígenes, tenía tiempo, un viejo velero, una sonda, un equipito de jigging, un jigs daiwa saltiga, algunos black minnow 160, gracias Ramón por el montaje y muy poca experiencia en el tema. Decidí navegar mar a dentro, unas 20 millas, y allí dejarme a la deriva leyendo el fondo, tratando de interpretarlo y apuntando las coordenadas de todas aquellas variaciones significativas del relieve abisal.


Una de ellas me aceleró el pulso, un cambio de profundidad de 20 metros y muchas manchas alrededor. Tenía que probarlo: dejé caer el saltiga, tocó fondo, tres tirones para arriba y en cuanto lo dejé caer de nuevo….pummm! aferrada, clavé fuerte como me enseñó Cholo, poco a poco fui recuperando trenzado consciente de que aquello pesaba, al llegar a la superficie entre la tenue luz del ocaso y la incredulidad me costó identificar aquello: dos lubinas en un mismo jig, increíble estreno, una escapó mientras la otra entraba en la sacadera. Sin perder tiempo y emocionadísimo, coloqué el viejo Albatros y dejé caer nuevamente el jig, la secuencia fue la misma, tras algunos tiras y afloja subió una de dos kilos.


Era tarde, decidí parar y quedarme a dormir en el mar, estaba muy lejos de casa, sin viento y sólo pensaba en el siguiente amanecer, casi ni dormí imaginado aquel petón. No hizo falta apagar el despertador, a las cinco ya navegando las millas perdidas por la deriva nocturna, en cuanto el día rayó el jig se dio el primer chapuzón, tras quince minutos la mancha empezó a despegarse del fondo, momento en el que sentí un fuerte tirón, vaya pez! pensé y no me equivocaba, conseguí tenerlo en la superficie unos minutos tratando de meterle un gancho por las agallas, pues en mi sacadera de juguete no entraba, con dos nudos de deriva, mar de fondo y solo sucedió lo inevitable se zafó. No voy a aventurarme en pesos pero diré que tenía tamaño. Al siguiente lance la aferrada aun fue mayor y fuera lo que fuera me robó el jig y algunos metros de flurocarbono del 0.60.


Al BM le costaba más profundizar pero una vez abajo era igual de letal, otras tres robalizas más subieron a bordo, viendo la captura en la nevera y aun siendo las siete de la mañana decidí regresar a puerto tenía más pescado del que necesitaba, una para cada hermana y otra para casa, el viento termal me ayudaría a regresar a puerto.


He vuelto a la zona ocho veces y nunca me he ido a casa de vacío, pero la mayor recompensa no han sido las capturas sino la búsqueda, el volver a los orígenes y la grata compañía del mar, de mi padre y de mi hermano que no tardaron en apuntarse.


Hasta la próxima paseantes.

Texto y fotos A.M.A. (Álvaro Mozos).

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miércoles, 23 de octubre de 2013

Carta a una vieja amiga..


Querida amiga:
Ha pasado ya un tiempo desde la última vez que nos vimos, pero recuerdo cada instante de aquel día de un modo intenso y vivo, como si hubiera sido hace un rato.

Desde luego, la vida pasa para todos, pero no por ello ésta deja de asombrarnos. Sin embargo, aquel día creo que hubo poco lugar al azar, pues una tarde, mientras paseaba, me dio la sensación que te encontrabas esperándome justo donde pensaba. No obstante, hasta que te rendiste en mis brazos me hiciste sudar de lo lindo. Es más, en mis manos aún están patentes tus “caricias”. No esperaba menos de ti, preciosa.

Por desgracia, tu inevitable marcha hizo que te perdieras una serie de acontecimientos que no imaginarías podrían acaecer. Es más, durante nuestro acaramelado paseo por las calles, ese día los cláxones de los coches anunciaron con estrépito la buena nueva, mientras que los comerciantes, anonadados y ojipláticos, abandonaban sus puestos, y de las cafeterías salían los clientes. Todo era un girar de pescuezos a nuestro paso bajo la débil pero pertinaz lluvia, bien propio de una pareja de enamorados, pero eras tú quien centraba en exclusiva la atención del público, pues, no en vano, tus 87 centímetros de talle no pasaban desapercibidos. Eso sí, se nota que hiciste dieta de cara al verano, porque no reventaste la báscula y tus tripas estaban hueras de alimento, razón más que de sobra para que engulleras el veneno que cruzó delante tuyo en un arrebato de glotonería incontrolada.


Esa mañana me subiste a una nube de la que no quería bajar. Sin embargo, haciendo retrospectiva conforme escribo, recuerdo haberme quedado en silencio durante bastante tiempo mirándote a los ojos al término de nuestra fogosa pero explosiva escaramuza, mientras me preguntaba qué no vieron los tuyos mientras te encontraste por los dominios de Neptuno. A veces me fascina pensar que, aun estando tu mundo pródigamente sembrado de trampas, pudieras arrimarte hasta el tramo de costa en que me encontraba agazapado. Está visto que nunca dejarás de sorprenderme, cosa que por otra parte te agradezco.

Ahora que ya te has ido, asimismo te cuento que han sido muchos los que preguntaron por ti, señal inequívoca de las pasiones que levantas. Bien es verdad que fueron numerosos los ojos que nos vieron juntos, y aún más los que aspiran a pasear contigo del modo en que lo hice, pero sólo tú sabes cómo hacerte la remolona, y eliges con cuentagotas a tus compañeros de camino. También hubo quienes estimaron que nuestra particular relación podría deshacerse a cambio de un puñado de dólares y que quedaras como un mero objeto de exposición, pero la historia que nos mantiene unidos, jugando al gato y al ratón cada amanecer, como a ambos nos gusta, es impagable.


Antes de poner punto final a esta misiva, que sepas que sigo profesándote la misma devoción que cuando me adentré por primera vez en tu insondable mundo, y que por muchos que sean los sacrificios que tenga que encarar, mañana me tendrás otra vez ahí, esperándote pasar. Es mucho lo que aportas a mi vida, y, como tal, no puedo menos que corresponderte.

Siempre tuyo, Carlos.

Texto y fotos..L.Carlos Prieto.

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